No me digas que el cielo es el límite, cuando hay huellas en la luna

7.2.11

Por primera vez, siento el tiempo como un latido. Los segundos bombean en mi pecho de forma certera. Al decir estas palabras, siento como si se me quitara un peso de encima, porque sé que tú las leerás y compartirás mi carga, pues ya no confío en nadie más. Saber que conoces mi corazón, que profundizarás en él encontrando ahí recuerdos y experiencias que te pertenecieron, que son tuyos, me sirve de consuelo ahora, mientras siento cómo se liberan las ataduras y se oscurecen las perspectivas de continuar un viaje que comenzó no hace mucho tiempo, que reemprendí con la fe vacilante y que se fue fortaleciendo por tus convicciones. De no ser por ello, es muy probable que, a partir de ahora, no tuviera el valor ni la fuerza de tenerte frente a mí y mirarte incompleto, confiando en que me perdones por no continuar el resto del viaje contigo.